Como cada mañana de trabajo, el despertador suena a las 7:30 horas y al mismo tiempo la persiana comienza a subir lentamente dejando entrar la luz tímida del sol.

La calefacción lleva encendida 50 minutos. Se conecta la radio con mi emisora de noticias favorita. Mientras, desde la cocina, se desprende un agradable aroma a café recién hecho y la tostadora prepara el pan en su punto.

Al acercarme al baño, la luz se enciende automáticamente y, poco a poco, incrementa su intensidad. Durante la noche ha funcionado el lavavajillas y la lavadora. También el sistema de riego que ha regado el jardín aprovechando la tarifa nocturna.

La cámara del exterior detecta movimiento y desde la pantalla veo que es una persona que ha salido a correr su rutina. Estoy tranquilo al saber que no hay nadie ahí afuera.

Al salir de casa, me doy cuenta de que se me ha olvidado activar la alarma y apagar la luz del cuarto pero el sistema, al no notar mi presencia, se encarga de ello.

Llega la persona que tengo contratada para realizar las labores en mi hogar y como no quiero darle la contraseña de la alarma, le dejo un mando. Con el accede al interior y trabaja sin problema. Al marchar, el sistema vuelve a poner automáticamente la alarma.

Termina mi jornada y de vuelta a casa, recuerdo que he dejado en el coche las llaves del garaje y el móvil. El sistema, al notar mi presencia, abre las puertas de mi garaje.

Entro en casa y recibo los avisos que he tenido durante le día: si tengo un correo, si he recibido alguna llamada… Además, puedo revisar las funciones realizadas y conocer las posibles incidencias que hayan podido ocurrir.

La casa se ha ventilado correctamente y ahora mantiene la temperatura a 20ºC. El baño está preparado a la temperatura correcta y el equipo de música conecta mis canciones favoritas.

Me voy a la cama tranquilo, el sistema vigila mis sueños: todas las luces apagadas, todas las persianas bajadas, la alarma conectada…”.